lunes, 16 de noviembre de 2015

Esta crónica apareció en Página Semanario de la Ribera de Chapala, Jalisco Crónica de viaje (segunda parte) Berónica Palacios Rojas Y continuó la travesía por esa tierra paradisiaca de Puerto Vallarta. Al siguiente día de la presentación, habría que recuperar algunos aromas, paisajes y recuerdos que mi memoria aún atesoraba. La pertinaz llovizna que dejara “Patricia” pintaba el paisaje nostálgico para mantenerse entre las sábanas leyendo un libro y tomando un café negro y calientito. O bien, salirse del hotel y regresar antes de las doce, hora que se vencía mi estancia en él. Siete de la manaña. Después de bañarme bajé a tomar el desayuno continental, cortesía del hotel. Revisé mi cuenta de correo para ver las novedades del día, entonces en el correo de la revista me encontré con un mensaje tierno y lleno de entusiasmo de Jorge Eduardo Ayala Tello, alumno de la Preparatoria de Vallarta. Este joven hizo un texto, mientras se llevaba a cabo el atardecer de la velada literaria. Por tanto, al término de la velada lo envió del cual rescato el inicio: “Muertas de envidia, llama a las nubes. Pájaros vuelan en este hermoso día pero nubes ciegan al sol, la salida”. Él, apenas tiene poco escribiendo pero lo importante es que no desista en este oficio tan difícil de llevar a cabo y tan demandante de tiempo. Con morral y rebozo en mano me subí a un camión que me llevara a Olas Altas, lugar donde trabajamos en un tiempo. Pocas cosas habían cambiado, una de ellas fue cuando descubrí que pasaban cerca de donde antes era el Cine Colonial. Y con el mismo asombro característico de la infancia, recordé sin evitar las lágrimas que presurosas se asomaban a mis ojos. Las fachadas, calles empedradas, los condominios empotrados en los cerros y los extranjeros apropiados de ese paraíso. Embelesada estaba cuando bajé para admirar el río color de chocolate, que rebozando de gusto llegaba a la playa. Todo estaba igual, la islita, el mercado de artesanías, la maleza que custodiaba al imponente río-chocolate. Mientras la llovizna armonizaba el paisaje caminé hasta Olas Altas descubriendo a mi paso cada vez más extranjeros, amables y sonrientes. Llegué y me regresé a mi hotel justo para la salida. No hablé a nadie preferí llegar de sorpresa tomé mis maletas y busqué el camión que dijera San Vicente. Menos más, llegué aproximadamente a la una y media; mis primas no me esperaban; pero fue una tarde de recuerdos, comida y una charla amena y cordial. La literatura siempre va ser tema en las conversaciones que me rodea, ya que por ella fue que llegué a Vallarta y esa era una realidad. La literatura radica en dejar la inercia y mirar con asombro a nuestro alrededor. Por ejemplo allí donde estuve con mis primas le llaman cartolandia, que si hubiera llegado “Patricia” no hubiera quedado nada de esas casas. Regalé libros a mis sobrinas que sorprendidas vieron mi cara en la contraportada y no creían que fuera yo. Mandé algunos a la Biblioteca de su secundaria y me sentí feliz. Además, recordé que ver todo con la mirada de niño es un virtual que no todos poseen. Quedé de verme con Raúl por la tarde pero la jugosa charla y la pesadez de la llovizna y las maletas cayeron como toneladas. Tomé la decisión de hablarme a mi amiga Kyliel para quedarme con ella. Ella es como mi madrina mágica, siempre me aconseja de cosas laborales. Hablamos de mil cosas y la charla parecía eterna. Cuando tienes una amiga con la que hay tanta empatía los rencuentros son cada vez más intensos y uno se redescubre internamente. Para nosotras nunca habrá tema prohibido ya que por medio de la literatura nos conocimos y asimismo, yo la considero infinita. La vida en sí misma implica todo lo que está en ella, el trabajo, los quehaceres diarios y los amores olvidados en un poema caduco. Participamos en la cotidianeidad de las cosas; lo cual permite ver un pájaro engalanado de rojo pasión y soñar con el amor de nuestra vida. Por ejemplo cuando caminas por la playa y le das la importancia a una chancla en la arena y le haces un poema, a esas cosas que dice algo de la vida. Mi amiga me llevó con mi madrina a la Aurora y al verla no me resistí de quedarme con ella otro día más. Me llevó a su Villa de Mismaloya, llamada Villa Genoveva. La maravillosa vista que se proyecta desde esa villa es mágicamente maravillosa. Una cálida charla se acentuaba mientras preparábamos el desayuno vimos las chachalacas y ardillas que merodeaban libres y salvajes. Fue un día de más recuerdos, y donde mis ojos se embriagaron con una vista que sólo en las películas se dan. Al estar en la falda de la playa sintiendo las minúsculas arenas en los pies desnudos, pensé que era un pecado ir a la playa y no darse un chapuzón con esa agua tibia y limpia de la Playa Conchas chinas. Por la tarde fuimos a la iglesia y reconocí a San Charbel, santo libanés que resguarda mi casa en Chapala. Las horas se fueron desplomándose una a una sin miramientos. Esa noche en punto de la una de la mañana, tomé el camión a Guadalajara. Mi viaje había terminado, con la certeza de regresar pronto.

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